La portada de Time del 9 mayo de 2022 aseguraba que “todo el mundo se equivoca con Elon Musk” porque, en realidad, no es ni de izquierdas ni de derechas. El magnate explicaba entonces a la revista que para él los republicanos y demócratas, en EE UU, son como “dos cuencos de ponche con zurullos dentro” y se negaba a elegir el que tuviera menos heces. El New York Times, en diciembre de ese año, tituló así un perfil sobre el magnate: “Sus críticos dicen que Musk se ha desenmascarado como un conservador. No es tan sencillo”. La prensa se preguntaba por la cosmovisión del hombre más rico del mundo, decisivo en guerras como la de Ucrania con sus satélites, y concluía que es compleja, un collage con rasgos progresistas y derechistas. En junio de 2022, en una asamblea con trabajadores de Twitter (ahora X), se definió así: “Creo que mis concepciones políticas son moderadas, cercanas al centro”.

Este sábado, Musk aterrizó en el epicentro del universo posfascista italiano, arropando en su festival romano a Giorgia Meloni y Santiago Abascal, entre otros personajes de la extrema derecha europea. “No importéis desde EE UU el virus mental woke”, reclamó el empresario entre risas, para jolgorio de la concurrencia y ante el líder de Vox, sentado en la primera fila de esta convención anual de Hermanos de Italia. Lo woke (concienciado), ese hombre de paja de lo progresista, genera “una guerra civil mental” con su “mensaje de división y de odio”, según Musk, nacido en Pretoria (Sudáfrica) hace 52 años. Después, criticó la excesiva regulación europea, denunció la inmigración ilegal, reivindicó la defensa de las identidades culturales nacionales, reclamó que no se demonicen los combustibles fósiles y reprobó las políticas de integración. Puro centrismo.

No es falso que haya sido centrista, moderado o incluso progresista en un pasado reciente, como cuando apoyó a Barack Obama y Hillary Clinton, pero es difícil seguir defendiéndolo hoy. Hay mucho más, antes de participar en el evento de los neofascistas de Meloni (también se reunió con ella y con Emmanuel Macron en junio). El domingo pasado, Musk devolvió su cuenta de X a Alex Jones, líder mediático de la extrema derecha más conspiranoica, que convenció a su audiencia de que la matanza de la escuela Sandy Hook, donde murieron 20 niños, era un montaje. El millonario le preparó una bienvenida de lujo al hijo pródigo, en un encuentro en su propia red social en el que participaron ellos dos junto a un plantel escasamente moderado. Estaban Andrew Tate, misógino procesado por violación y trata de mujeres; Matt Gaetz, republicano del ala más ultra; Michael Flynn, exconsejero de Seguridad indultado por Trump; y Vivek Ramaswamy, precandidato presidencial republicano que cuestiona tanto el asalto al Capitolio como el cambio climático. Días antes, Musk había aplaudido como la “pura verdad” una sarta de conspiraciones antisemitas publicadas por un tuitero, lo que le costó perder a importantes anunciantes en su red, como Disney, Apple o IBM.

Conspiranoicos de extrema derecha, esa es la gente con la que vemos al hombre más rico del mundo compartiendo su lectura de la realidad. Es crucial prestar atención a las repercusiones que pueda tener su concepción del mundo, dado su poder en sectores estratégicos como la desinformación, las telecomunicaciones o la inteligencia artificial. Pero también es valioso entender cómo ha caído en la ratonera de las conspiraciones más absurdas y tóxicas. “Puede ser el hombre más rico del mundo y tener toda una red social a su disposición y, sin embargo, ser completamente incapaz de distinguir la realidad de la ficción. Elige vivir en una tierra de fantasía de creencias falsas”, describe Jay Van Bavel, psicólogo experto en identidad social de la Universidad de Nueva York. Musk ha puesto en duda la pandemia de covid y cree en la existencia de una élite —él, que tiene la mayor fortuna y acceso directo a cualquier gobernante— con planes oscuros para reemplazar a los blancos. “A lo largo de 2022, pasó de los benignos elogios a la moderación a las furiosas cavilaciones acerca de cómo los wokes y la censura impuesta por las élites mediáticas eran una amenaza existencial para la humanidad”, señala la biografía publicada en septiembre por Walter Isaacson.

Otras personalidades han hecho estos años ese viaje hasta la derecha sin complejos desde el extremo centro: “Estoy pensando en crear un superPAC [grupo de influencia] supermoderado que apoye a candidatos con puntos de vista centristas de todos los partidos”, dijo en 2022. Ese año, y en torno a sus circunstancias vitales, cristalizaron muchos de los rasgos que explican habitualmente esa mutación hacia narrativas alternativas: intereses económicos, motivos personales, una identidad en crisis y un entorno social propicio. Y, por qué no, por estar permanentemente expuesto a su propia red social, que se ha vuelto especialmente tóxica y difusora de mentiras justo desde que la adquirió, como muestran varios estudios. Sus interacciones con cuentas ultras se dispararon nada más comprar Twitter.

Musk siempre ha sido de derechas en lo económico y “progresista en cuestiones sociales, pero mostraba cierta resistencia libertaria a las normas y a la corrección política”, según Isaacson. Todo eso cambió en torno a tres caballos de batalla de las guerras culturales que se libran en las redes, y que a él le afectaron personalmente: la pandemia de covid en la fabricación de sus Tesla, la controversia sobre lo trans en su hija y la percepción que la juventud concienciada tiene de los multimillonarios. En esas y otras controversias, los progresistas se equivocan, según Musk: su percepción es que él sigue quieto en el centro (con Meloni y Tate) y es el resto del mundo el que se ha despeñado por la pendiente de la extrema izquierda.

El cierre de sus fábricas de coches en China y en California por la covid “fue devastador para el precio de las acciones de Tesla”, explica Isaacson, pero sobre todo “inflamaban su vena antiautoritaria”. La controversia sobre las restricciones, apoyadas por los demócratas y tumbadas por los republicanos, fue un factor decisivo en su evolución política, asegura Isaacson. La decisión política le golpeaba duramente al bolsillo y esa disonancia cognitiva, como explica la psicología, la resuelve discutiendo las medidas sanitarias e incluso la propia pandemia por elevación. Como la extrema derecha recela de la ciencia, quien duda de la ciencia se asoma a ese mundo político porque en los últimos años, y sobre todo en EE UU, son vasos comunicantes. En medio de la polémica, tuiteó: “Toma la píldora roja”, metáfora que la manosfera derechista usa cuando se ve, al fin, la supuesta verdad oculta.

Apoyó el lanzamiento del precandidato Robert Kennedy, conocido conspiranoico antivacunas, pero en las siguientes elecciones tras la pandemia, Musk pidió el voto para los republicanos por primera vez. Ahora dice que no votará a Biden, aunque le resulta difícil hacerlo por Trump. Pero muestra su predilección por Ramaswamy y Ron DeSantis, azote del pensamiento woke en Florida. En lo woke confluyen, como un pilar argumental que todo lo aguanta, sus odios, miedos y recelos: “A medida que se obsesionaba más con lo woke, las lealtades políticas de Musk se fueron desplazando”, describe Isaacson. Siente que este “virus mental woke” le ha arrebatado a su “hijo”: la transición de género de Jenna, que ha roto con él porque no respeta sus nuevos pronombres femeninos. “Es un testigo de primera mano, a un nivel muy personal, del efecto dañino que produce el adoctrinamiento de esta religión woke”, afirma un colaborador directo.

Musk cree que Jenna no le habla porque “profesa un comunismo en toda regla y un sentimiento generalizado de que si eres rico, eres malvado”. Se siente “atacado” por su riqueza y muchos analistas señalan que estas críticas contra el 1% más pudiente, generalizadas tras la pandemia, le provocan otra disonancia, porque demanda admiración por su éxito y sus cohetes molones, como escribe la periodista especializada Elizabeth Lopatto: “Quiere ser percibido como un visionario que remodelará la sociedad humana”. Sin embargo, le abuchean cuando le presentan ante el público como “el más rico”, como le ocurrió al subir al escenario del cómico Dave Chappelle. Por ello decidió deshacerse de todas sus mansiones: “En los últimos años, ‘multimillonario’ se ha vuelto peyorativo, como si fuera algo malo. Te dicen: ‘Eh, multimillonario, mira cuántas cosas tienes’. Bueno, pues ya no tengo cosas. Y ahora, ¿qué?”.

Luchar contra el virus woke le empujó a comprar Twitter: “He llegado a creer que puede formar parte de la misión de preservar la civilización, otorgando a nuestra sociedad más tiempo para tornarse multiplanetaria”. La izquierda cercena la libertad de expresión y amenaza el futuro humano en Marte al imponer su “pensamiento gregario” en los medios. Para evitarlo, el magnate devuelve el altavoz a grupos neonazis y difusores de bulos racistas. Su entorno desempeña un papel clave, como explica la psicología social, en su defensa de los “hechos alternativos”: amigos libertarios como su socio trumpista Peter Thiel “tendían a reforzar sus sentimientos antiwoke”, señala su biógrafo.

El sábado en Roma, Musk respondió a las ovaciones de los jóvenes ultraderechistas de Meloni formando un corazón con los dedos en el pecho: sin duda, se sentía valorado. Cuanto más le critican en la izquierda, más apoyo recibe desde opciones radicales del extremo opuesto, reforzando sus posiciones incluso tras sus deslices antisemitas. “La mayoría de nosotros nos sentimos confundidos por las redes sociales. Con su fama y riqueza, Musk podría ser tratado como un rey en casi cualquier lugar del mundo. Sin embargo, no es suficiente: todavía necesita la adoración que surge al difundir tonterías destructivas”, concluye Van Bavel.

“El recorrido de Musk hacia la derecha en 2022 desconcertó a sus amigos progresistas, incluidas su primera esposa, Justine, y su novia de entonces, Grimes”, explica su biógrafo. “Cuando Musk empezó a enviarle a Grimes memes de derechas y teorías de la conspiración, esta le respondió: ‘¿Esto lo has sacado de 4chan [foro extremista] o algo así? Estás empezando a sonar como un tipo de extrema derecha”. Después de Roma, ya caben pocas dudas sobre qué cuenco de ponche con heces ha escogido uno de los hombres más poderosos del mundo. Solo queda saber cuánto salpicarán los excrementos.

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